El señor de Helios

La ciudad tiene sus rincones y sus rutinas. Las historias de las chicas camino del cole, el señor del puente al que saludo cada mañana, los leones que vigilan el río desde su atalaya, el perfil del Moncayo, la dependienta del Martín Martín a la que compro el pan cada mediodía, las caras que se repiten en el bus 44 camino de atletismo…

Y ese señor que vivía desde hace meses en una especie de túnel, en la ribera del Ebro, junto a la valla de Helios. Me he acostumbrado a verlo todos los domingos por la tarde cuando salgo a correr por la ribera. Él está siempre ahí, con su campamento que ha ido creciendo: un carro, una radio, un saco de dormir, montañas de revistas y periódicos, algún libro, una taza de café y mapas colgados con celo en la pared. Soy curiosa pero pudorosa. Paso corriendo a su lado y me fijo en esos mapas (un callejero de Madrid, un mapa de España, otro de Francia…) con chinchetas de colores marcando puntos al azar o no. Algún día he estado tentado de pararme a hablar con él, preguntarle qué tal está, cómo ha llegado hasta allí, por qué esas chinchetas. Pero no lo he hecho.

Estos días pasados en los que el Ebro se ha desatado fiero, ha inundado campos y riberas, yo me acordaba de él. Desde la distancia vi que el agua también había llegado al túnel de Helios. Ya ha bajado el nivel del río y ayer a mediodía me acerqué a su antiguo campamento. Pero no estaba. Ni rastro de sus cosas. No sé si se las llevó la corriente o las brigadas de limpieza del Ayuntamiento. Sólo quedan restos de los mapas pegados con celo en la pared.

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Espero que haya encontrado otro sitio para dormir y resguardarse. Volveré a pasar otro día por ahí. Y tal vez me cuente la historia de las chinchetas de colores.

4 comentarios

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4 Respuestas a “El señor de Helios

  1. Ana González

    ¡Que historia más bonita¡. Quizá sus sueños siguen ahí colgados y volverá para encontrarse con ellos.

  2. carmencct

    Buf! Por muy dura que se deje entrever esta historia, la ternura con la que la cuentas hace que me sienta profundamente conmovida y, a la vez, esperanzada.

  3. Me parece una historia hermosa. También triste, también esperanzadora. Ojalá vuelva a ese lugar de la ribera para continuar marcando sus mapas, sus sueños. Un beso.

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