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Historias de invierno

«La muerte de Lamperna nos cogió a todos desprevenidos, no porque no tuviera Lamperna edad para morirse sino porque, por entonces, su presencia formaba parte de las cosas que a nosotros nos parecían inmutables: el río, la dehesa, el invierno, la cueva del Moro, las rosquillas de la madre, el espantapájaros del huerto de Bernardo, la casa encantada… Y las historias que nos contaba Lamperna. Su perfil de águila, arrugado y huesudo, bien tieso y relimpio en el poyo de su casa, sentado al sol como todos los viejos, con la cabeza del Tobo apoyada en las rodillas».

portada invierno

Mi tía Cruci me regaló este libro por mi cumpleaños: ‘Invierno’, de Elvira Valgañón, editorial Pepitas de calabaza. Tenía otros en la mesilla y poco tiempo para leer. Pero en estos días de frío, nieve y mantita en el sofá, le ha llegado su momento. Qué maravilla.

‘Invierno’ es una suma de historias que se entrelazan en el pueblo imaginario de Cerveda (que podría ser cualquiera). Nos cuenta, entre otras, la historia de un desertor; la de un profesor que llega con su hija al pueblo y guarda un gran secreto; la del indiano que regresa a casa; la historia de amor de unos niños. Saboreo las palabras y releo las frases subrayadas. Es una escritura aparentemente sencilla que sugiere mucho. Su lectura me llevaba a otros libros y películas que me han emocionado: ‘La lluvia amarilla’, ‘La reina de las nieves’, ‘Los girasoles ciegos’, ‘Cinema Paradiso’… Es un libro para cobijarse. Es un libro que se siente: la escarcha, el olor de la tierra mojada, el frío, el calor del brasero, el miedo y la esperanza también.

Me emociona especialmente la mirada del espantapájaros, como ya quedan pocos, testigos del paso del tiempo y guardianes de las historias de nuestros pueblos:

«Lo que recuerda empieza una mañana de verano. La luz del sol, brillante y cegadora, las manos ásperas del hombre que le puso un sombrero y lo vistió con una chaqueta vieja, que se alejó un poco para mirarlo y dijo algo que no comprendió. Arboles y surcos de tierra oscura. Al principio pensó que también a él le brotarían de los brazos frutos redondos y brillantes. Ahora sabe que los árboles son árboles y los tomates, tomates y que la huerta que habita solo es una parte del mundo».

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